Sueños que no son sueños

 Cuando despertó, la oscuridad lo envolvió por completo.

  Apenas podía moverse y el calor era sofocante. Las gotas de sudor que adornaban su rostro, se deslizaban a través de sus ojos y oídos. La ropa, empapada por completo, le hacía sentirse incómodo.

- ¿Estoy soñando? - Se preguntó internamente, al tiempo que movía sus pupilas en todas las direcciones.

  Sin embargo, era tanta la oscuridad que no podía distinguir nada a su alrededor.

  Comenzó a limpiarse el rostro con lo que parecía ser la manga de una camisa que llevaba puesta. Al principio le pareció raro, no recordaba habérsela puesto y mucho menos, dormirse con ella.

  Mientras permanecía recostado (al menos esa era la sensación que a él le daba), notó que la superficie en la cual se encontraba era muy poco reconfortante.

  Por un instante recordó el poco aprecio que le tenía a su viejo colchón. Se prometió cambiarlo en cuanto pudiera, ya era hora. Recordar eso le había provocado una sutil sonrisa que le duró apenas unos instantes, porque el calor avasallante se hacía partícipe otra vez.

  Al cabo de unos minutos, seguía sin ver nada a su alrededor y, para su sorpresa, se dio cuenta que tampoco podía escuchar nada más que sus propios pensamientos.

  El silencio también lo acompañaba entre la oscuridad monstruosa que disfrazaba ahora su realidad y eso lentamente, comenzaba a inquietarlo.

  Pensó que era momento de levantarse, no le gustaba estar en esa situación más tiempo.

  Con un rápido movimiento, intentó ponerse de pie y, para su sorpresa, se golpeó con fuerza la frente con lo que parecía ser una barrera sólida e invisible.

  El fuerte impacto de su cabeza contra la barrera, le provocó un dolor agudo producto del golpe, haciendo que maldijera gritando furioso.

  Colocó ambas manos en su rostro y se frotó la zona afectada, no sin antes, darse cuenta que le era sumamente complicado moverse para aliviar su dolor.

  Fue entonces cuando, intentando buscar la lámpara de su mesa de luz para aclarar el panorama, se topó nuevamente con la barrera invisible que ahora se deslizaba sutilmente entre los dedos de su mano izquierda.

  Extrañado, siguió recorriendo y dibujando con la palma de su mano el entorno que lo rodeaba y notando como la barrera invisible lo retenía en todas las direcciones. Por lo que pudo percibir, el espacio que había era muy poco y eso había provocado que empezara a desesperarse.

  Intentó sacudirse y su cuerpo rebotaba haciendo un sonido prominente que no lo llevaba a ningún lado.

  Ahora nuevamente creía estar soñando, más bien, teniendo una pesadilla y de las que eran horribles, casi como si se tratase de una parálisis del sueño.

  Trató de mantener la calma pese a que había algo en su interior que le indicaba lo contrario.

  Se le ocurrió la idea de mover sus piernas, pero el espacio que tenía era tan pequeño que apenas podía hacerlo y eso era un enorme problema.

  El pánico finalmente apareció cuando se dio cuenta de que respirar se le había hecho cada vez más difícil.

  El tiempo transcurría y eso el hombre lo sabía, pese a no saber exactamente cuánto. Suponía que podían ser quizá un par de minutos, aunque la delgada brecha podría transformarse en horas, vaya uno a saber.

  La ansiedad había empezado a comerle las entrañas y esto derivó en gritos desesperados de auxilio.

  El hombre golpeó con fuerza hacia todas las direcciones en busca de ayuda. Sin embargo, nadie le escuchaba.

Comenzó a llorar desconsolado, atrapado en una pesadilla de la cual no podía salir, mientras intentaba pellizcarse con todas las fuerzas que le quedaban para acabar de una vez por todas su tortura.

  Finalmente y al cabo de un largo rato, desistió. Buscó el tiempo perdido en el averno intentando recordar los momentos hermosos de los cuáles había podido formar parte. Los recuerdos que llegaban a su mente le remontaban a la época de cuando era pequeño. Aquel niño tímido pero pícaro que, con travesuras hacía de las suyas cuando tenía oportunidad.

  Recordaba su infancia como una vida que quisiera volver a sentir, la plenitud de los momentos únicos y mágicos, de la inocencia y del amor de sus seres queridos.

  Esas imágenes, fugaces e irrepetibles provocaban que entre tanta amargura tuviese un destello de alegría.

  -Es todo…maravilloso…si… ¡Maravilloso! - Se dijo, mientras suspiraba reconfortado.

  La oscuridad había sido salpicada con pequeñas luces blancas que se encendían y se apagaban de forma simultánea, como estrellas en el espacio.

  -Mira, Raquel, ¡Mira!, es…es precioso! ¡Qué bello espectáculo! Dijo con fuerza mientras lanzaba una pequeña carcajada.

  Su cuerpo volvía a rozar la barrera invisible, acariciando lo desconocido, lo perturbador y el hombre lo sabía, lo sabía todo.

  Cerró sus ojos mientras el calor seguía golpeando con fuerza su cuerpo, al tiempo que el aire, diminuto y fugaz, daba los últimos indicios de existencia.

  El hombre lo sabía, lo sabía todo.

  Se imaginó estar sentado sobre la hamaca que decoraba su jardín, mientras el sol le embriagaba el rostro y él fumaba su entrañable pipa.

  Lentamente sus manos fueron apagando su ritmo endiablado y comenzaron a descender hasta reposar en la superficie firme de madera y tela. Las piernas del hombre, se posicionaron en el mismo sentido y dejaron de moverse para siempre.

  Los latidos ahora eran casi imperceptibles y, poco a poco, comenzaban a ocultarse en una rigidez mortal.

  El hombre lo sabía, lo sabía todo. Era hora de apagar las luces de la vida.

  La oscuridad finalmente lo abrazo para no soltarlo más…




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