Las sombras

   La vieja hamaca de madera se movía una y otra vez produciendo un ruido que hacía eco a lo largo y ancho de la habitación.

  El anciano, acompañaba el vaivén casi como si se tratara de un ritual, mientras observaba con sus grises ojos a través de la ventana, la muerte del día para darle paso a la noche.

  Para él, era sinónimo de muchas cosas, entre ellas, la aparición de sus miedos más profundos y sus culpas más ahogadas.

  Como si fuesen cuestiones del destino, la poca luz proveniente del exterior, iluminaba su rostro a modo de suave caricia, dándole, además, el mensaje que estaba esperando de forma impaciente. El momento había llegado y, gracias a un rápido movimiento, apoyó sus pies de nuevo en el suelo; se dirigió hacia la mesa que adornaba el living y finalmente, encendió una pequeña vela blanca.

  De pie ante aquella llama, contemplaba ahora la sombra de su cuerpo ocupando la pared. Se detuvo un buen rato a observarla en detalle, no sin antes, sujetarse con fuerza a la mesa, forzándose a permanecer ante aquello que, desde hacía mucho tiempo, lo torturaba sin descanso.

  Temblando y casi al borde del llanto, el anciano permanecía inamovible de su sitio, no podía romper la promesa que se había jurado. Con el paso de los años y de manera casi metódica, había elaborado un mecanismo que le había permitido enfrentar un mal que, desde niño, lo atormentaba.

  Las sombras eran sus monstruos, sus horrores, sus pesares y, gracias a todas ellas, nunca había podido tener una vida normal.

  El plan era muy sencillo, simplemente consistía en ver su sombra durante un determinado tiempo (generalmente bastaba con una hora) y luego encender las luces de la habitación. Para el pobre hombre era todo un reto debido a que su cabeza, desdibujaba la realidad cuando todo se tornaba oscuro.


  Unos cuantos minutos más tarde, absorbido por el silencio absoluto de toda la casa, el anciano seguía con su mirada fija en la sombra que, según él, había crecido un poco, pero eso no importaba. Sin embargo, esa noche, ocurrió un suceso que lo afectaría de manera muy cruel.

  Mientras sus ojos se posaban en la negra silueta proyectada, notó algo que le erizó completamente. De los bordes de la pared empezaron a surgir otras sombras que, de manera lenta y continua se dirigían hacia la suya. Esto hizo que el anciano empezara ahora a llorar de manera desconsolada ante aquel espectáculo espeluznante que se le presentaba ante sus ojos.

  Esta vez su esciofobia estaba justificada porque aquello que se retrataba no era normal, no era lo de siempre y no era algo que podía enfrentar.

  Las sombras se transformaron en manos que empezaron a sujetarlo en la pared, a estrangularlo con fuerza, a consumirlo completamente.

  Fue entonces cuando, aterrorizado, el anciano quiso sujetar la vela encendida para iluminar la pared, pero, al momento de intentarlo, la llama se apagó.

  Preso en la oscuridad, sólo podían escucharse sus sollozos de angustia ante lo que le estaba pasando. El pobre anciano cayó al suelo arrodillado y abatido casi por completo.

  Finalmente optó por hacer una última cosa.


                                                                    Cerrar sus ojos y rezar.



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