Cuidado donde entras

   Victoria siempre fue una niña problemática, de esas que a sus padres les sacaba más de un dolor de cabeza a diario. Solía escaparse de las clases para perderse sin rumbo por los alrededores del pueblo.

   Una tarde, tuvo la maravillosa idea de adentrarse en el cementerio, lugar que, hasta el momento, le había pasado totalmente desapercibido para sus andanzas.

   Al llegar a la entrada, se detuvo por un instante para contemplar la estructura del portón que daba paso. Le llamó la atención el detalle de tan magnífica obra, adornada con barrotes de hierro reforzado y pequeñas criaturas en las columnas, las cuáles no lograba identificar del todo, pero le parecían muy similares a las gárgolas que alguna vez vio por televisión.

   Si bien estaba acostumbrada a vagar por lugares desconocidos, al momento de dar el primer paso dentro del cementerio, algo hizo que se sintiera perturbada. El lugar era totalmente silencioso, sin embargo, el aire parecía cargado de energías extrañas.

   Continuó caminando entre las lápidas, observando de vez en cuando, alguna que otra escritura dedicada a algún familiar que había abandonado este mundo. Otras tantas, un poco más antiguas, apenas eran legibles.

   Cuando se disponía a pasar su mano por un adorno de cobre que le había llamado la atención, sintió un murmullo no muy lejos de donde estaba. Giró su cabeza en varias direcciones tratando de identificar por donde venía el sonido y comenzó a moverse poco a poco en esa dirección.

   Al alcanzar los viejos y enormes árboles que adornaban el centro del cementerio, logró divisar algo que hizo que sus ojos se abrieran de manera estrepitosa.

   Seis personas encapuchadas le rendían una especie de cántico de lenguaje extraño a una estatua que tenía aspecto de demonio. Todas ellas danzaban en un trance macabro alrededor de la reliquia con sus manos goteando sangre.

   Victoria comenzó a retroceder lentamente para evitar llamar la atención, debía salir antes de que aquellos extraños se dieran cuenta de su presencia. Su mirada se mantenía fija en los individuos encapuchados. Por dentro, se prometió a si misma que dejaría de hacer travesuras, ya había aprendido la lección. Ya había aprendido a no meterse donde no la llaman.

   Fue entonces cuando, en un momento de distracción, su espalda se golpeó fuertemente contra algo que la hizo caer al suelo. Se giró bruscamente y lo que sus ojos color miel reflejaron, la dejaron totalmente paralizada del miedo.

  Ante la niña, se encontraba una figura inmensa de aspecto tenebroso que la tomó con fuerza del cuello y la llevó frente a su rostro.

  La bestia, chorreaba saliva a borbollones, hambrienta, muy hambrienta…




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