Ojos Rasgados

  Recuerdo estar llegando tarde a casa, apurado porque sabía que mi madre se las iba a tomar realmente enserio, sobre todo, por las típicas promesas que uno de joven hace para que lo dejen salir.

   Pasaban de las 10 de la noche y para acortar camino, opté por tomar la calle que daba a un viejo y abandonado complejo de edificios. La verdad, debo reconocer que aquel lugar todavía me da escalofríos, sobre todo, porque lo recuerdo prácticamente a la perfección, lo deterioradas que estaban las edificaciones, lo sucio y pesado del ambiente, la prácticamente nula iluminación.

  Temeroso, me adentré con sumo cuidado por ese lugar, principalmente por los peligros que pueden surgir en sitios como ese y aquí debo decir que surgió mi arrepentimiento de haberme metido allí tan sólo para ahorrarme un par de minutos. La realidad es que también de joven, a la par de romper promesas tiendes a hacer cosas sin sentido.

  El lugar mantenía un silencio majestuoso, prácticamente lo único que se proyectaba era el sonido de mis pasos, algo que me ponía realmente incómodo, más de lo que ya estaba.

  Habiendo recorrido buena parte del camino, me detuve ante la extraña sensación de sentirme observado. Miré para todos lados y nervioso me aferré a mi pequeña mochila.

  No fue hasta un par de momentos después que noté su presencia a través de una ventana, era un gato de color negro; sus ojos estaban fijos en mí mientras permanecía inmóvil e implacable.

  Al darme cuenta del felino, le resté importancia y dejé de lado mis paranoias al respecto, es decir, era un simple gato callejero, ni más ni menos… o al menos eso creía. Seguí mi camino sin mayores complicaciones.

  Con los años, me di cuenta que ese encuentro, marcaría el resto de mi condenada vida.

  Una vez que llegué a casa, lo primero que hice al terminar de escuchar los sermones de mi madre, fue contarle sobre el gato que había visto, lo raro de todo ese encuentro y la sensación horrible que me había generado su mirada. A mi madre poco le importó el fantasioso cuento que su hijo rompe reglas le había contado, estaba más furiosa que una cabra. Todo esfuerzo que yo hacía para tratar de que me entendiera al menos en parte, era en vano, no me escuchaba. Lo único que si obtuve fue un gran: “Terminas de cenar y te vas a la cama”, cero privilegios, cero televisión, cero confianza.

  A regañadientes subí al segundo piso y después de cumplir con todas las obligaciones habidas y por haber me fui a mi cuarto y me recosté en la cama…

  Recuerdo que en esa madrugada me desperté sobresaltado, totalmente empapado de sudor y lo peor de todo era que no entendía el por qué, no recordaba que había soñado, supuse que alguna horrible pesadilla que era mejor no pensar en detalle.

   No fue hasta ese momento que lo volví a ver, pero esta vez en mi propia ventana, mirándome de la misma forma que nuestra primera vez, sin hacer movimiento alguno. Su silueta se proyectaba a lo largo y ancho de mi habitación gracias a la luna y hacía que aquel ser fuese capaz de absorberme en la oscuridad. Sabía que era él porque su mirada era difícil de olvidar, tenía algo hipnótico, algo diferente, algo que provocaba miedo.

  Cerré los ojos y me cubrí con las frazadas de mi cama, quería simplemente volver al sueño, quería dejarlo todo atrás.

  Durante los días no me molestaba, el problema era la noche, siempre estaba al acecho, acosándome, perturbándome con sus endemoniados ojos.

  Cada vez se me hacía más difícil descansar y comer era ya una tortura. No tenía las fuerzas ni el ánimo.

  Mi madre, observaba la situación, pero siempre de forma reacia y distante, seguía sin creerme. Para ella, que me estuviese afectando la presencia de un animal callejero, ya era empezar a cuestionar si mi estado mental estaba bien. Sus preocupaciones estaban más centradas en las paranoias que yo podría estar sufriendo bajo el consumo de sustancias y gracias a eso empezó a restringirme las salidas. Nunca logré entender por qué llegó a pensar eso, ni que su hijo fuese un completo desconocido.

  La situación con el tiempo iba de mal en peor, mi encierro no ayudaba en absolutamente nada, porque al maldito gato lo veía todas las noches y para colmo, la única vez que hice que mi madre se dignara a venir a observar al gato, encendió la luz de mi habitación y no encontró nada en la ventana, NADA.

  Una tarde, mientras estaba tomándome un café con tostados, llegó a mi casa el Dr. Franklin Roswald Jr, ¿Y adivina qué?, Si, eso mismo, era un Psiquiatra, un especialista en enfermos mentales. Lo peor de todo, es que mi madre lo recibió angustiada y “preocupada” por su hijo, “el posible loco de la casa”.  A decir verdad, ya ni recuerdo la cantidad de medicamentos que tuve que forzarme a tomar para estar calmo, muy bueno para mi salud, pronto iba a estar como nuevo según afirmaba el Doc.

  Claramente de eso estábamos a años luz, porque cada vez empezaba a ponerse mucho peor, no sólo empecé a ver al gato en la ventana de mi cuarto, sino que ahora, lo veía dentro de mi propia casa, en las sombras, con esos ojos rasgados que marcaban el principio y final de un ciclo, que consumían mi alma y quemaban por dentro mis entrañas.

  Fueron horribles y largos años de tortura, al menos si el demonio de cuatro patas se hubiese dignado a venir de una maldita vez por mí quizá todo terminaría y mi calvario llegaría a su fin, pero no, sólo se quedaba inmóvil, donde pudiese mantener el control de mi ser, eso parecía disfrutarlo de una manera extraordinaria.

  Finalmente, y ante mi resistencia y desgaste absoluto con los enfermeros (me terminaron agarrando de cada brazo), el Dr. Franklin determinó que mi estado mental era absolutamente crítico y por lo tanto debía estar cuanto antes en tratamiento directo en el centro de salud. Válgame Dios, ¡NO ESTOY LOCO!, sólo estoy arrepentido de haber cruzado por esa calle, si pudiese viajar en el tiempo, juro por mi vida que cambiaría el recorrido.

  Ahora bien, ¿Qué tal es la vida en este lugar?, pues, para estar drogado la mayor parte del tiempo y que mis compañeros ya de por sí tienen sus propios temas dentro de la cabeza, no está mal, al menos no todos los días. En mis momentos de lucidez, lo veo, veo al maldito gato con esa mirada profunda.

  Sin embargo, dentro de mis sueños, me veo a mi mismo mirándome entre las sombras…


  Click.

  El oficial detiene la grabación.

- ¿Me podrías decir como encontraron el cuerpo del joven? Mientras sostenía su pequeño bloc de notas y escribía un par de apuntes.

- Bueno, la realidad es que cuando la enfermera encargada de darle la medicación en la noche abrió la puerta, lo encontró ahorcado con un par de cuerdas que no sabemos de donde las pudo haber sacado.  Creemos que se las robó de la sala de limpieza, en algún descuido. -Afirmaba el Dr. Franklin con prudencia-

- ¿Desde cuándo empezaron a grabar al joven?, quiero pensar que se mantuvo un acuerdo previo, esto es un asunto bastante delicado. Arqueando las cejas, el oficial mantuvo su mirada en el doctor.

- Totalmente, fue de mutuo acuerdo, soy consciente de que mi nombre está ahí y que el chico prácticamente me veía como alguien más del montón por no tomarlo enserio en lo que decía, de verdad quise ayudarlo, sólo que…usted entenderá oficial, que para una persona que trata con estos individuos, resulta ser un poco, como decirlo, difícil por momentos ponerse en la piel del que sufre, ¿Me entiende?, los ayudamos a comprender la realidad del mundo, pero no podemos vincularnos al cien por ciento en sus dichos, debemos ser cautos en materia profesional, manteniendo la parte objetiva. Además, para él, era bueno poder descargar todo lo que sentía y nosotros le dábamos la oportunidad de hablar con nuestra Psicóloga encargada quien registraba sus conversaciones.  -Entrelazando las manos-

- Necesito que me brinde los análisis psicológicos del muchacho cuanto antes. Es sumamente importante determinar el motivo del suicidio, de acuerdo a lo que podemos indagar de sus últimos momentos con vida.

  El oficial toma un pequeño sobre que estaba al costado de la mesa y lo abre. Extiende las fotos enfrente al doctor.

- De acuerdo a las fotos tomadas por el forense, existe dos pequeñas marcas en las pupilas de la víctima, como si fuesen una especie de ojos rasgados. ¿Sabe usted algo más al respecto? El oficial se mantiene sereno y pensativo.

- La realidad es que no, en el centro de salud, difícilmente hacemos caso a los pacientes, como le dije anteriormente, estamos para ayudarlos en la medida de lo posible, pero más que eso no podemos hacer. Lo que usted escuchó en la grabación es todo lo que yo también sé.

- Bien, creo que ya hemos tenido suficiente por el día de hoy, puede marcharse Dr. Franklin. Determinó el oficial.


  Una vez sólo, Edward Bosley, tomó las fotos y las miró por un momento, dubitativo. Se reclinó en el asiento de su despacho y miró hacia el estante de sus galardones de servicio, allí por encima de todos ellos, había un pequeño adorno de un gato negro.




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