Seamos amigos

 Para su cumpleaños número ocho, los padres de Jennifer le regalaron un oso de peluche de la vieja tienda de juguetes, propiedad de hasta ese entonces la Sra. Gutiérrez.

   La sorpresa de la pequeña niña al ver el regalo fue tal, que terminó haciendo trizas el papel que lo envolvía para rápidamente darle un fuerte apretón al oso.

-Te llamaré Timmy- Dijo con una sonrisa enorme.

  Sus padres al ver aquel espectáculo, no pudieron hacer otra cosa que sentirse felices de ver a su pequeña tan complacida.


   Al terminar la fiesta y todos los invitados haberse retirado del hogar, Jennifer salió corriendo hacia su habitación; no sin antes, agarrar a Timmy.

  -Mira, te pondré aquí para que me cuides de noche- Le comentaba, mientras pasaba sus manos por los pelos del animal de felpa. -Tu y yo vamos a ser grandes amigos- Finalizó diciendo. Acto seguido, lo colocó encima de una silla que daba frente a su cama y nuevamente, salió corriendo a toda velocidad ante el llamado de su madre.

   A mitad del recorrido, recordó que no había cerrado la puerta y apagado la luz (cosa que su madre le había enseñado como una de sus pequeñas tareas de responsabilidad). Regresó nuevamente a la entrada de su habitación y, cuando estaba a punto de cumplir con su cometido, algo le llamó la atención.

   «Qué raro» pensó, mientras veía ahora, que el oso de peluche estaba tirado al lado de la silla donde lo había colocado. Lo tomó entre sus manos y lo colocó nuevamente en el asiento, esta vez, asegurándose de que estuviera bien apoyado. Volvió a la entrada de su cuarto, apagó las luces y lentamente cerró la puerta.

   La tímida luz que provenía del pasillo, poco a poco se iba esfumando, dejando a oscuras la habitación de la pequeña niña.


   Ya adentrada la noche, la familia estaba reunida en la cocina.

   -Es hora de ir a dormir Jenny- Le ordenó su madre, mientras lavaba los platos y restos de comida de la fiesta de cumpleaños. ¡Y no te olvides de lavarte los dientes!

   -Si mamá, respondió. Instantes después, se levantó de la mesa y le dio un beso a su padre en la mejilla.

   -Dulces sueños princesa- Le dijo, acariciándole el cabello enrulado.

   Jennifer subió las escaleras y se dirigió primero al baño, tal cual se lo había dicho su madre, “a cumplir las órdenes del general”, como solía decir la pequeña.

   Finalmente, ya terminadas todas las tareas asignadas, la pequeña Jenny se encaminó por el pasillo hasta la última puerta a la derecha. Abrió la puerta de su habitación y encendió las luces.

   Dentro de su cuarto, todo estaba perfecto, rodeado de diversidad de dibujos que, en algún momento no muy lejano había hecho, fotografías de viajes con su familia, adornos de colores y una cantidad de juguetes adornando los estantes. Aquel lugar era sin dudas, una especie de paraíso para un niño de su edad y eso Jenny lo sabía a la perfección.

   Sin embargo, dentro de ese entorno llamativo y hermoso, había algo que no cuadraba del todo, algo no estaba bien.

   Lo primero que Jenny observó fue que su querido oso no estaba donde lo había dejado antes de irse, sino que ahora, se encontraba sentado al borde de la cama de forma que, parecía estar mirándola al entrar.

   Por el cuerpo de la pequeña, comenzó a manifestarse un pequeño escalofrío ante el desconcierto de lo que veía, estaba más que segura de donde lo había dejado.

   «Debe haber sido papá» pensó, con cierto aire de duda. Quería buscar una respuesta a algo que parecía imposible de procesar para su cabeza.

   Con precaución empezó a caminar hacia el oso, sin perderlo de vista. Su corazón latía con fuerza, dando la sensación de que en cualquier momento se le saldría del cuerpo.

    Una vez al lado del peluche, sus manos temblaban notoriamente. Tragó un poco de saliva con fuerza y agarró al oso con ambas manos.

   En ese momento Jenny comenzó a inspeccionarlo con detalle, dándole vuelta y pasando sus dedos por todo el contorno. No halló nada raro.

   -Cálmate Jenny, ya eres una niña grande- Se dijo a sí misma, intentando tranquilizarse. -No hay que tener miedo- Terminó diciendo mientras respiraba ahora más tranquila.

   Depositó a Timmy en la cama y se giró rumbo a la cama.

   Momentos después, la puerta del cuarto se cerró de golpe e hizo que la pequeña, diera un grito ahogado por el susto.

   Corrió rápidamente hacia la puerta e intentó abrirla sin éxito. Volvió la vista atrás y, para su sorpresa, las luces de la habitación empezaron a parpadear sin parar.

   - ¡Mamá, Papá, auxilio! - Gritaba con todas sus fuerzas, mientras golpeaba la puerta con sus manos.

    Poco después, todas las cosas que estaban dentro de la habitación comenzaron a elevarse y cruzarse entre sí en un frenesí espectral.

    Arrodillada y llorando desconsolada, la pequeña Jennyfer miraba incrédula lo que estaba ocurriendo. -Estoy soñando- Se dijo a sí misma, casi como un susurro melancólico.

   Sin embargo, lo que estaba ocurriendo, no era producto de su imaginación. Realmente estaba pasando, cosa que no necesitó comprender más que un par de segundos; observando aquel espectáculo, algo más estaba formándose.

   Del oso, que para ese entonces se encontraba en el centro de todo aquel vendaval de elementos, emanaba una especie de aura con tintes rojizos.

   Los ojos de Jenny, se agrandaron aún más y el miedo la tenía completamente paralizada.

   Finalmente, todo se detuvo en el aire, como si el tiempo se hubiese detenido también. La pequeña niña, se puso de pie ante lo único que realmente parecía tener vida, Timmy.

   Las luces dejaron de parpadear al mismo instante.

   -Déjame ir con mis padres por favor- Le rogó la pequeña. Pero no hubo respuesta.

   Jenny, que seguía absorta del miedo, intentaba nuevamente abrir la puerta para escapar, pero seguía sin tener suerte.

  - ¡Por favor! – Suplicaba.

   Fue entonces cuando se oyó una voz que la estremeció.

  -Hola Jennyfer, soy tu amigo Timmy, no temas-

   La pequeña niña se sorprendió por quien respondía y también porque la sensación que le provocó aquella voz no era para nada agradable.

  - ¿Timmy? - Contestó. - ¿Eres de verdad? – Hablando a lo que parecía ser el peluche.

  - Si Jenny, soy más que real. – Le contestó el oso. – Seremos grandes amigos – Finalizó diciendo.

   Las contestaciones del oso, no relajaban en absoluto a la niña, no le gustaba lo que escuchaba, pese a que estaría más que genial de tener un amigo como él. Pero, por más pequeña que era Jenny, era lo suficientemente inteligente como para saber que esto no estaba bien. Intentó nuevamente forcejear la puerta para escapar, pero no lo consiguió.

   -Jenny- Le espetó secamente el oso. - ¿Quieres huir de mí Jenny? ¿De verdad vas a dejar sólo a tu amigo?

   - ¡Déjame salir! - Le ordenaba la pequeña mientras de su rostro, caían lágrimas sin parar.

  -No vas a dejarme, Jenny, no a tu amigo- Dijo el oso. – Eres mía como yo soy tuyo- Sentenció.

   Momentos después, las luces de la habitación se apagaron, dejando todo, sumergido completamente en la oscuridad.




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