Una noche negra

 Estalló la rebelión, eso es lo que pude leer a través de la pantalla de la televisión, mientras mi madre se llevaba la mano al pecho. Mi padre por su parte, permanecía inmóvil mirando a través de la ventana.

-Esto es una locura- Dijo, mientras con sus ojos, iba grabando imágenes que nunca más podría borrar.

  Instantes después, se acercó a mi madre y le susurró algo en el oído.

- ¿Qué está pasando? - Pregunté asustado. –¿Eso está pasando en nuestra ciudad?

-Si hijo- Espetó mi padre secamente. Acto seguido, me ordenó esconderme y permanecer en silencio dentro de mi habitación.

  Me dirigí a mi cuarto con muchas dudas, cerré la puerta detrás de mi y en lugar de recostarme en mi cama, mi curiosidad hizo que me apoyara sobre la madera para intentar escuchar algo más.

  Mi primer intento fue en vano, no lograba escuchar más que un murmullo de mis padres hablando entre sí, sin embargo, había algo dentro de mí que me incitaba a saber más al respecto. A mi cabeza vino una idea que había visto una vez en un programa, si apoyaba un vaso vacío en una superficie podría quizá escuchar un poco mejor. Giré mi cabeza para contemplar mi habitación y, para mi suerte había un vaso en mi mesa de luz, lo tomé y rápidamente me escabullí hacia la puerta.

La conversación era en tono de nerviosismo absoluto, se notaba que mis padres estaban preocupados por lo que estaba sucediendo, nunca los había escuchado hablar así.

-Guarda sólo lo necesario Teresa, ropa, comida. – Decía mi padre- Yo buscaré las llaves del auto y una vez que tengamos todo listo, nos vamos- Finalizó.

- ¿Estás seguro de abandonar la casa Eduardo?, Tengo miedo de que sea peor salir a la calle, ¡los están matando a todos! Contestó mi madre bastante alterada.

 «Los están matando a todos» fue lo que mi cabeza repetía una y otra vez cuando se lo escuché decir a mi madre. Para un niño de 7 años, la palabra muerte no es algo que necesite saber ni mucho menos su significado, yo sí lo sabía. Mis padres siempre me habían explicado que cuando alguien moría se iba al cielo, generalmente porque o eran viejitos o tenían algún problema de salud. Sin embargo, en este caso no entendía por qué la gente se moría, no parecía ser ninguno de esos casos. –¿Quién los está matando? ¿Otra persona?

  Me apoyé nuevamente en la puerta con el vaso para seguir escuchando otro poco.

-Estos malditos cerdos nos están haciendo pedazos, si nos quedamos pagaremos las consecuencias Teresa, debemos huir ahora que todavía tenemos tiempo -Continuaba diciendo mi padre.

  Afuera se empezaban a escuchar ruidos como si fuesen fuegos artificiales. Me pregunté a mi mismo si se estaba celebrando algo. Me acerqué a la ventana de mi cuarto y observé como muchas personas estaban corriendo para todas partes. El ruido a fuegos artificiales era bastante continuo, pero en el cielo no se veían luces de colores como en navidad.

  Instantes después, vi algo que me erizó la piel. Por la calle venían corriendo personas vestidas de negro y con armas, las cuales estaban persiguiendo a las demás. Sin embargo, cuando una de ellas pasó frente a mi casa, la luz de la calle la alumbró dejando al descubierto algo más…

  Lo que mis ojos vieron no fue a una persona, sino un monstruo con feos ojos y rostro de cerdo. El monstruo lideraba a los demás cerdos, les hacía señas para que siguieran persiguiendo a la gente.

  Yo miraba con asombro y miedo toda esa situación, hasta que, el cerdo jefe giró su cabeza y enfocó sus ojos en mí. Me aterré y me quedé congelado completamente. El monstruo me miraba con ojos de odio, rabia y hambre.

  Fue entonces cuando la puerta de mi cuarto se abrió por completo, entrando mi madre con rapidez.

- ¡Aléjate de la ventana Miguel! – Me espetó – ¡Ahora!

  En un movimiento repentino, volví a girar mi cabeza a la ventana y para mi sorpresa, el cerdo ya no estaba.

  Mi padre se reunió con nosotros en el cuarto instantes después.

-Ya está todo cargado en el auto, Teresa agarra ropa de Miguel y guárdala en esta bolsa. No podemos demorar más.

- ¡¿Qué está pasando?! Grité con lágrimas en los ojos, preso del pánico. - He visto algo feo afuera ¡un cerdo!

  Mis padres se miraron entre sí petrificados.

-Ya están aquí- Dijo mi madre casi sin voz.

  De repente, un fuerte estruendo se sintió en la puerta principal de la casa, algo había golpeado con fuerza.

- ¡Agarra las cosas Teresa y quédate con Miguel!, yo voy a ver que sucede y vuelvo enseguida. - Dijo mi padre e instantes después, salió a toda prisa.

  Mi madre cerró la puerta de mi cuarto y me abrazó. Acercó su boca a mi oído y me susurró.

-Ponte debajo de la cama cielo y tápate los oídos.

  Yo seguía teniendo miedo, pero terminé haciendo lo que me pedía al tiempo que ella, apagaba las luces.

  Sumergido en la oscuridad de mi cuarto, mi cuerpo transpiraba y temblaba. Mis ojos dibujaban rutas imaginarias en todas las direcciones mientras mis oídos permanecían tapados por mis manos. Fue entonces cuando sentí un par de explosiones rápidas, como los fuegos artificiales de antes pero ahora más cerca.

  Recuerdo que mi madre pegó un grito ahogado y se sentó casi al instante después de sentir aquellos impactos. Sentía su sollozo agónico en la oscuridad de la habitación, pero permanecí inmóvil sin decir una palabra.

  Finalmente, la puerta de mi cuarto volvió a abrirse, pero esta vez, no era mi padre. Sólo podía ver los pies de eso que estaba en la puerta, pero en lugar de zapatos tenía pezuñas.

 «Es el cerdo malo» pensé. Y acto seguido, escuché un par de explosiones que provenían ahora, de mi propio cuarto. Mamá cayó al suelo sin moverse. Quise gritar, pero me contuve, con mis ojos completamente abiertos, derramando lágrimas sin parar. No podía gritar, no podía hacer nada, sólo callarme.

-Llévensela- Le escuché decir al cerdo malo.

  Después, mis ojos fueron testigos de como se llevaban a mi madre a rastras. Pude ver, como el cerdo malo permanecía de pie en el marco de la puerta unos instantes más, como si contemplara mi cuarto.

  Momentos después cerró la puerta, dejándome a mí, oculto en la soledad y tristeza de mi habitación.




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